LUN | Análisis académico a la evolución del jumper, ícono del uniforme escolar
Una comisión creó el jumper en 1968: "La gracia es que era económico", destaca Gabriela Beaumont, docente de Diseño de Vestuario y Textil de la UNAB.
El 24 de septiembre de 1968, en una concurrida conferencia de prensa, el ministro de Educación, Máximo Pacheco, mostró los uniformes obligatorios que deberían a usar todos los escolares del país a contar del año siguiente: para las niñas, jumper azul marino y blusa blanca de cuello redondo; los varones, por su parte, tenían que llevar chaqueta azul sin solapa, camisa blanca y pantalón gris. El anuncio fue acompañado por escolares que modelaron las nuevas vestimentas ante las cámaras.
La iniciativa, impulsada por el gobierno de Eduardo Frei Montalva, buscaba homologar la apariencia de los alumnos y terminar con los cerca de 16 uniformes distintos que andaban circulando entonces por las calles. «Se utilizó para salir del problema del vestuario diario, que separaba a las clases sociales», explica Gabriela Beaumont, docente de la carrera de Diseño de Vestuario y Textil de la Universidad Andrés Bello (UNAB).
«Era una ropa de más resistencia, estaba hecha con materiales pensados para el día a día. En eso, el jumper fue el gran ícono chileno del uniforme escolar», destaca.
De hecho, su historia motivó una exposición en el GAM, cuando cumplió 50 años. La elección de tan representativa prenda -al igual que el resto del uniforme la tomó una comisión de funcionarios de los ministerios de Educación y Economía, empresarios textiles y directores de colegios.
Trabajaron durante seis meses y el diseño del jumper se le atribuye a la religiosa María del Carmen Pérez, representante de la federación de colegios secundarios particulares.
«La idea es que fuera un diseño simple, que no tuviera costuras especiales, tablitas ni dobleces; que le quedara bien a todas las tallas y que fuera de un material relativamente económico», destaca la académica.
Se sugería la tela llamada sarga e inicialmente se pensó en algo que las propias madres pudieran coser en su casa: incluso había revistas que traían los moldes para cortar el jumper, que inmediatamente adquirió un protagonismo insospechado. «La gracia que tenía el uniforme es que era económico», recalca la docente.
Un jumper era una inversión familiar, se le hacía una basta generosa y se le iba dando cada año. Aunque también llevarlo más corto era una señal de trasgresión.
Lee la nota completa en LUN, pinchando acá.