ORGULLO UNAB | Kinesióloga confiesa sus lágrimas durante la pandemia
Francisca Pizarro tiene 35 años y hace tres que se tituló en la Escuela de Kinesiología de la U. Andrés Bello. Como kinesióloga en la Unidad de Paciente Crítico (UPC) en Clínica INDISA está acostumbrada a ver a pacientes en estado crítico, a trabajar bajo presión, a resolver situaciones inmediatas y a tener jornadas extensas, pero lo que ha vivido durante la pandemia lo supera todo. Esta es su historia.
“Lloramos muchas muertes”, revela Francisca Javiera Pizarro Laborda. Titulada en la Escuela de Kinesiología de la U. Andrés Bello en 2017, esta profesional de 35 años fue uno de los protagonistas en la “Primera línea” de la salud en la lucha contra el COVID-19.
La pandemia más severa de los últimos 100 años la encontró trabajando como kinesióloga intensiva en la Unidad de Paciente Crítico en la Clínica INDISA, donde su labor realizando intervención desde la terapia respiratoria, función neuromuscular y ventilación mecánica lo llevó al máximo con la gran cantidad de pacientes afectados por el virus.
“Esto superó cualquier ‘turno malo’ que pudiéramos tener”, reconoce la santiaguina.
¿Por qué decidiste estudiar Kinesiología?
La decisión y oportunidad de estudiar Kinesiología se me dio un poco tarde, previamente fui músico y bailarina aficionada, y me dedique al área del arte cerca de 10 años. Posteriormente, después de estudiar Técnico Deportivo, realicé continuidad de estudios, y entre las opciones estaba seguir la carrera de Kinesiología, lo que vi como un gran desafío. Tuve de cerca la experiencia personal de mi abuela, quien por muchos años padeció las secuelas de un ACV (Accidente Cerebro Vascular), y vi cómo es el gran trabajo de la rehabilitación y cómo reincorporar a una persona para la funcionalidad en su vida. Eso, acompañado del impulso de mi pareja a tomar la oportunidad, gané la beca y me decidí a partir la carrera y cambiar de rumbo en mi vida.
¿Cómo se dio la instancia de llegar a trabajar a INDISA?
Dentro de los internados que ofrece la UNAB, está la rotativa de paso por Clínica INDISA. Todos sabemos que el internado, además de ser una instancia de aprendizaje y aplicación de los contenidos aprendidos en años anteriores, es una puerta de entrada para el futuro laboral. Tuve la oportunidad de tener mi internado de respiratorio por la Clínica y di mi 100% para dejar una buena imagen e impresión, y que me recordaran para cuando fuera a dejar mi currículo una vez titulada. De igual forma realicé cursos para poder tener competencias técnicas que potenciaran mis conocimientos.
«Lloré mucho. Era mi forma de desahogarme, no encuentro que sea malo llorar, al contrario, te alivia de todo el estrés que puedas estar sintiendo. Lo importante es dónde y cuándo y, generalmente, lo hacía al llegar a mi casa».
¿Cómo ha sido la experiencia respecto al COVID?
Uf!, nada de lo que vivimos en este tiempo de pandemia quedará indiferente. Cuando uno trabaja en UPC está “acostumbrada” a ver pacientes graves, a trabajar bajo presión, a resolver situaciones inmediatas y a jornadas extensas, pero esto supera cualquier “turno malo” que pudiéramos tener. Se aprendía durante la marcha y la evidencia en las intervenciones, variaba semana tras semana. Al principio existía miedo de contagiarse y contagiar a nuestras familias, porque lo que vimos dentro de las unidades era desastroso, la carga y número de pacientes aumentó de manera exponencial, por lo que las jornadas se hacían cada vez más pesada, con menos tiempos de descanso, escasamente para tomar agua y comer algo. En general, los paciente, no mejoraban, se descompensaban rápidamente y no evolucionaban de la mejor forma, pero lo que más me partía el alma era ver a los pacientes tan solos, con cara de miedo, de ellos no saber si iban a salir o si volverían a ver a sus familias. Muchos terminamos angustiados nuestros turnos, con ganas de llorar, conversamos entre nosotros para apoyarnos, contenernos, y sabiendo que estábamos haciendo nuestro mejor esfuerzo. También hablamos con colegas de otros centros, donde se vivía lo mismo, y ahí nos dimos cuenta que estábamos todos igual en esto y que había que dar lo mejor de uno para sobrellevarlo.
¿Cómo te preparaste para esta contingencia?
Cuando en Chile aún no había ningún caso, en febrero, la Clínica nos realizó capacitaciones en cuanto al manejo de los EPP (Elementos de Protección Personal). Se hacían reuniones clínicas. Nuestro trabajo más intenso se vive en la temporada de invierno, donde crece la tasa de enfermedades respiratorias y descompensaciones de cuadros clínicos tales como asma, EPOC. En conjunto se realizó lectura del manejo clínico, a nivel de terapia ventilatoria y rehabilitación que realizaban países que estaban cursando en su periodo peak (España, Italia, China). Desde el lado personal, deje de ver a mi familia, vivo con mi pareja. Mis padres tienen factores de riesgo importantes por lo cual debía evitar y prevenir contagio, así que nos aislamos para poder proteger a nuestras familias.
¿Tuviste que enfrentar directamente la muerte de algún paciente?
En este periodo vivimos muchas muertes y lloramos muchas muertes, ya que el número de paciente era mucho mayor que en temporadas altas. Era muy frustrante porque había pacientes que de la nada se descompensaban y morían. Dabas todo de ti para poder sacarlo, para que sobreviviera y no lo lográbamos. Cuando el familiar iba a despedirse no podía estar con la persona (por un tema de protocolo a nivel nacional), lo tenían que ver a través de la puerta, y eso era muy triste. Como los turnos son de 24 horas, esto a veces ocurría a mitad del día, o durante la tarde, por lo que después tuvimos que aprender a seguir trabajando con esa penita cuando se va un paciente.
«Nada de lo que vivimos en este tiempo de pandemia quedará indiferente. Cuando uno trabaja en UPC está “acostumbrada” a ver pacientes graves, a trabajar bajo presión, a resolver situaciones inmediatas y a jornadas extensas, pero esto supera cualquier “turno malo” que pudiéramos tener».
¿Lloraste en algún momento en estos 5 meses?
Sí, lloré mucho. Era mi forma de desahogarme, no encuentro que sea malo llorar, al contrario, te alivia de todo el estrés que puedas estar sintiendo. Lo importante es dónde y cuándo y, generalmente, lo hacía al llegar a mi casa. Mi pareja fue fundamental en todo este tiempo, me dio la contención necesaria para aguantar, superar el cansancio, la incertidumbre, el miedo y la frustración que se vivía. Pero también debo de reconocer que lloré de felicidad, porque dentro de lo malo que se vivió, hubo pacientes que sí pudieron mejorar, que se dieron cuenta que la vida les dio otra oportunidad.
¿Cómo crees que ha sido hoy el rol del kinesiólogo en esta pandemia?
Ha sido fundamental. Hemos sido los responsables de ocuparnos de la función respiratoria como tal, además de la programación de ventilación mecánica y terapia ventilatoria. Es una pega bien intensa. Por otro lado, somos los encargados de devolver la funcionalidad a la persona, desde el estado grave de la personas facilitamos la movilidad física de manera protectiva, ya que el reposo prolongado causa efecto deletéreos a nivel sistemático. A medida que ya se van recuperando, muchos pacientes quedan con secuelas por efectos de los medicamentos, uso prolongado de sedoanalgesia entre otros. En esos casos, se realiza un trabajo desde que la persona pueda realizar un giro en la cama hasta que se reintegre a la marcha, y para eso pasamos mucho tiempo con los pacientes, estamos ahí codo a codo con ellos estimulando, creando las mejores estrategias de intervención para que se puedan recuperar de manera funcional, porque el objetivo es ese, que la persona pueda reintegrarse de manera integral y retomar su funcionalidad, y para ellos hemos trabajado en equipo, comunicándonos entre kinesiólogos y también equipo de rehabilitación para crear un plan para cada persona.
¿Cuáles son tus proyectos en el corto y mediano plazo tanto en lo personal como profesional?
A corto plazo, quisiera retomar mis intervenciones musicales que hago en la UCI. Me gusta mucho el tema de la humanización en UCI (HU-CI), y cada cierto tiempo paso haciendo música para los pacientes, sobre todo para los de larga data. Además, tocar algunos temas para el personal de salud (mis propios compañeros). Siento que se da una instancia diferente y siempre tiene efectos positivos, se realiza siempre y cuando la condición de la persona lo permita y no se esté cursando ninguna emergencia. En febrero, estuvimos en conversaciones con la psicóloga y la musicoterapeuta de la clínica, pero tuvimos que suspender todo, ya que con la pandemia es difícil llevar los instrumentos por el tema de la propagación. También estoy viendo la opción de complementar mis estudios y cursar un magíster. En lo personal, lo único que espero es poder tener un encuentro familiar, celebrar la vida, que estamos bien, que hay que aprovechar que estamos aquí. No me puedo planificar más allá, porque todo aún es muy incierto.