ORGULLO UNAB | Conoce a la primera mujer chilena que ejerce la kinesiología en Nueva Zelanda
Arantzasu Morales hizo historia. La joven se tituló en la Escuela de Kinesiología de la U. Andrés Bello en 2013 y hoy a sus 30 años es la primera chilena en obtener el registro oficial para ejercer como kinesióloga en Nueva Zelanda. Esta es la historia de un gran Orgullo UNAB.
Tiene 30 años, se tituló en la Escuela de Kinesiología de la U. Andrés Bello y es diplomada en Terapia Manual Ortopédica de la misma casa de estudio. Arantzasu Morales Méndez tiene una historia que revela esfuerzo, perseverancia y valentía.
La kinesióloga es la primera chilena en obtener el registro oficial para ejercer esta profesión en Nueva Zelanda. “Hasta donde tengo entendido, solo hay dos kinesiólogos chilenos que han logrado obtener el registro profesional completo como physiotherapist (fisioterapeuta) en Nueva Zelanda. El primero fue un kinesiólogo hombre, un ex compañero de trabajo, y el segundo, soy yo. Lo que me hace en estricto rigor la primera mujer chilena kinesióloga en obtener el registro completo. Lo destaco de esta manera, porque no siempre los caminos son fáciles para las profesionales mujeres y aplaudo los logros de mis amigas que se encuentran en el área salud y en ciencias”, detalla.
¿Por qué decidiste estudiar Kinesiología?
Siempre me gustó la medicina y el cuerpo humano. Contemplé varias carreras incluyendo medicina y enfermería. Para ser honesta, solo sabía que el kinesiólogo veía a los niños con problemas respiratorios, pero cuando estaba en cuarto medio mi abuela materna tuvo un accidente cerebrovascular y eso le ocasionó una hemiparesia izquierda. Ahí fue cuando tuve mi primer contacto directo con la kinesiología y el proceso de rehabilitación. En un inicio, el pronóstico por parte del médico tratante no fue muy alentador, pero recuerdo que ella me contó que el primer kinesiólogo que la evalúo y trató le dijo con mucha confianza que no se preocupara, que ella volvería a caminar y que trabajarían en ello; y así fue. A sus 95 años, aunque ahora con ayuda, ha podido seguir caminando. Durante ese primer año, me tocó acompañarla a algunas sesiones de kinesiología en Santiago, pero el día en que me contó lo que su primer kinesiólogo le dijo, decidí que eso era lo que quería hacer: ayudar a las personas a recuperar su máxima funcionalidad y autonomía aun cuando el pronóstico no fuese tan favorable.
¿Por qué decidiste partir a Nueva Zelanda? ¿Cómo se dio la instancia?
La verdad nunca pensé en venir a vivir a Nueva Zelanda y diría que fue una de esas oportunidades que te da la vida. Mi pololo, Raimundo, se ganó a inicios del 2018 la oportunidad de hacer su doctorado en Massey University, y esto significaba al menos 3 años en Nueva Zelanda. Para mí no fue una decisión fácil, ya que justo en ese momento había nacido mi segundo sobrino y me acababa de cambiar de sucursal dentro de la clínica en la que trabajaba. Ir a Nueva Zelanda significaba acompañar a mi pareja, pero dejar mi trabajo de casi 4 años, el resto de nuestra familia y amigos, y todo lo que me era conocido. Al final, uno también debe tomar las oportunidades que se presentan y motivarse; mejor vivirlo que luego cuestionarse.
¿Sabías que ejercer como kinesióloga en ese país sería difícil?
Desde un inicio supe que lograr obtener el registro de fisioterapeuta era muy difícil, casi imposible, para kinesiólogos de países en los que no tenemos permitido ser profesionales de primera consulta. Por suerte, soy instructora certificada de Pilates y logré encontrar un puesto de trabajo como instructora antes de dejar Chile. Ya así con la confianza de saber que podría seguir en “lo mío”, decidí de todas maneras postular al registro y seguí a mi pareja a los 5 meses después, mientras ponía todas mis cosas en orden en Chile.
¿Dónde te desempeñas y cuál es tu labor?
Por casi 3 años trabajé como instructora de Pilates en un estudio local. Pero, luego de obtener mis papeles en julio 2021, comencé casi de inmediato a trabajar como physiotherapist en una pequeña clínica que se dedica fuertemente a la kinesiología deportiva, pilates y rehabilitación de piso pélvico; siendo yo la segunda kinesióloga de la clínica. A diferencia de Chile, en Nueva Zelanda los pacientes no necesitan ser derivados por un médico tratante para acceder a fisioterapia (kinesiología), ya que acá somos profesionales de primera consulta. Esto significa que es mi deber asegurarme de que los pacientes no cuenten con “banderas rojas” que signifiquen una derivación inmediata a un médico o bien, asegurarme que la disfunción por la que me visitan es efectivamente de origen musculoesquelético y no sistémico. Por ejemplo, si un paciente viene por dolor en su tobillo luego de una caída significativa, debo asegurarme de que no haya una fractura, derivándolo directamente a hacerse exámenes de imagenología y, posteriormente, evaluar el siguiente paso como inmovilización, derivación a especialista para cirugía, etc.). O bien, en un caso extremo, si un paciente presenta una historia clínica y/o síntomas que me hacen sospechar de alguna enfermedad sistémica, como cáncer, es mi deber pesquisar esta información, razonar y derivar prontamente al paciente para una evaluación con un médico, ya que ellos tienen las capacidades para el manejo más apropiado. Además de evaluar al paciente, debo generar un diagnóstico kinésico, discutir plan de tratamiento y objetivos funcionales a lograr, pero a diferencia de Chile, suelo ver a mis pacientes 1 vez a la semana, por 40-60 minutos, y el resto del trabajo deben ellos realizarlos en casa. Las sesiones son 1:1 y el enfoque de la kinesiología está en entregar al paciente todas las herramientas para que pueda recuperarse, incluso sin mi supervisión en casa. Se destaca mucho el empoderar al paciente y, además, la práctica basada en la evidencia cuando se trata de evaluar y tratar.
«El valor que el kinesiólogo tiene en Nueva Zelanda es distinto y eso me motiva mucho a querer quedarme y desempeñarme acá por más tiempo. Si bien tenemos mayores capacidades y responsabilidades, el ritmo de trabajo es distinto y aprecio un montón tener una hora completa por paciente para evaluar y tratar todo lo que necesito».
¿Cómo podrías definir tu experiencia en Nueva Zelanda?
Podría decir que uno aprende mucho, pero todos tenemos desafíos y dificultades distintas en el camino. Mi experiencia ha sido un constante aprendizaje, pero sobre todo, de perseverancia. Para poder postular al registro profesional debía tener un nivel de inglés bastante alto (C1) y, a pesar de que estudié en un colegio de inglés y que no tenía problemas comunicacionales, tuve que rendir tres veces el examen IELTS académico, porque no lograba el puntaje en la sección escrita, y eso me tomó casi 10 meses. Luego tuve ciertas dificultades con los documentos que debía preparar, algunos no pudieron avanzar en Chile debido al estallido social y, cuando finalmente envié mi postulación en febrero 2020, Nueva Zelanda se fue a cuarentena total al mes siguiente. Mi postulación se demoró debido a eso. Luego, en dos oportunidades me solicitaron más información y evidencia para respaldar mis competencias y cuando el proceso estaba por terminar, este no estuvo libre de dificultades. Estuve a punto de ser rechazada porque no lograba demostrar mis capacidades por “escrito”, lo cual fue demasiado frustrante y decepcionante, pero finalmente logré demostrar mis competencias en un examen práctico (con un paciente real) y aprobar con decisión unánime de los examinadores. Todo el proceso me demoró más de 2 años y medio, cuando yo pensaba que me tomaría como máximo uno. Pero ahora, que estoy trabajando en la consulta, sé que todo valió la pena.
¿Qué ha significado para ti la pandemia en lo profesional?
Nueva Zelanda no ha experimentado la pandemia como el resto del mundo. Si bien me tocó vivir uno de los lockdowns (cuarentenas) más estrictos y drásticos del mundo, este tuvo resultados muy positivos y ya llevamos más de un año de vida prácticamente “normal”. Sí, durante esos meses tuve que trabajar impartiendo clases de Pilates online y sentí la incertidumbre que, lamentablemente, sé que muchos chilenos han vivido por mucho más tiempo, pero debido al manejo de la pandemia en Nueva Zelanda esto fue una etapa bastante corta. Profesionalmente, a pesar de que mi mayor experiencia es en el área musculoesquelética, en un inicio, comencé a ponerme al día con los cursos de enfermedades respiratorias y manejo de paciente crítico, sólo por si la situación en este país empeoraba y necesitaban de refuerzos, pero obviamente esto nunca fue necesario.
¿Y en lo personal?
Desde un lado personal, el único gran costo de la pandemia y de la seguridad en la que vivimos en Nueva Zelanda, ha sido que no he podido ver a mi familia. Siempre tuve la idea de que, si algo pasaba, podía subirme a un avión y estar al día siguiente en Chile, pero ahora no hay vuelos. Además, si salgo de Nueva Zelanda no puedo volver a entrar, ya que no tengo residencia permanente. Por otro lado, mi familia no puede venir a visitarme porque las fronteras no están abiertas. Es difícil, pero también ha sido una tranquilidad para mi familia en Chile saber que estoy bien y en uno de los lugares más seguros en este momento.
¿Qué es lo que más te gusta de Nueva Zelanda?
La calidad de vida en Nueva Zelanda es lo que más aprecio. El paisaje es hermoso y constantemente lo comparo con el sur de Chile. Yo vivo en una ciudad pequeña y todos los lugares importantes, incluyendo mi trabajo, me quedan a 5-10 minutos en auto o 15-30 minutos en bicicleta. La mayoría de los locales y puestos de trabajo cierran a las 5 de la tarde, incluyendo el mall de la ciudad. El sueldo mínimo está por sobre 1 millón de pesos (CLP) mensuales y la salud pública está subsidiada, siendo casi todo gratuito incluso para mí, por las condiciones de mi visa. Ha sido un contraste gigante con Chile y, si bien veo las cosas positivas y negativas de ambos países ya que nada es perfecto y cada sistema tiene falencias, entiendo que hay mucho que cambiar y trabajar para poder llegar a parecernos a Nueva Zelanda, si es que quisiésemos.
¿Qué extrañas de Chile?
Extraño a mi familia y amigos. Me muero por abrazar a mis sobrinos y aunque suene redundante, lo que más extraño de Chile, es estar en Chile. Los kiwis, neozelandeses, son personas demasiado amables y dispuestas a ayudar, pero los chilenos somos más cálidos, cercanos, buenos para la talla y buenos para comer (risas). Extraño la inmensidad de productos que uno puede encontrar en Chile, incluso ciertos vegetales y verduras que acá no hay como porotos granados y zapallos italianos o que son extremadamente caros de obtener como la palta o el tomate en invierno. Sonará ridículo, pero uno llega a extrañar mucho la comida chilena.
¿Piensas volver algún día a Chile?
Me gustaría, pero en estos momentos no es mi primera opción. Creo que una vez que uno sale de “la zona de confort” es más fácil abrirse a distintas oportunidades. Además, haber obtenido el registro en Nueva Zelanda me ha abierto las puertas a otros países con sistemas de salud similar y esta es una de las razones por las que decidí perseverar en mi objetivo, a pesar del tiempo que me tomó. También debo admitir que el valor que el kinesiólogo tiene en Nueva Zelanda es distinto y eso me motiva mucho a querer quedarme y desempeñarme acá por más tiempo. Si bien tenemos mayores capacidades y responsabilidades, el ritmo de trabajo es distinto y aprecio un montón tener una hora completa por paciente para evaluar y tratar todo lo que necesito. Con mi pareja hemos decidido ver a donde nos llevan las oportunidades y si ellas nos llevan de vuelta a Chile, así será. Por ahora, quiero aprovechar al máximo lo que me queda en Nueva Zelanda, ganar toda la experiencia clínica que me sea posible y así estar preparada para el siguiente desafío, ya sea aquí, en Chile o en otro lugar.