La Tercera | Los hombres necios
El decano de Campus Creativo, Ricardo Abuauad, se refiere a las dunas de Concón y los edificios construidos sobre la arena, al cuidado medioambiental y a la responsabilidad de las autoridades y la constructora frente a los hechos ocurridos.
El hombre necio construye su casa sobre arena, se lee en el evangelio de San Mateo, que tiene dos milenios. “Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa; la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre”. Aunque es obviamente una parábola, podríamos confundirnos y pensar que se trata de la nota de prensa del socavón. Es que las cosas, cuando son así de sensatas, no tienen edad.
¿Quiénes son estos nuevos “hombres necios”? Hubo varios: los primeros, las autoridades que aprobaron una norma contraria a toda sensatez. También los inmobiliarios que, aun cuando ello fuera legal, desarrollaron proyectos que a todas luces destruían un patrimonio y ponían en riesgo a sus habitantes. A riesgo de abusar de citas bíblicas, San Pablo en su Carta a los Corintios advierte que no todo lo que es lícito es conveniente. Tan razonable, y desafortunadamente tan fácil de olvidar.
Porque incluso mucho antes del socavón, antes del riesgo para los habitantes, de las pérdidas económicas, de las cámaras de los noticieros, la pregunta es otra: cuando se tiene la enorme suerte de contar con un patrimonio natural relevante, único…, ¿qué se supone que se hace con él? Comparemos.
En el suroeste de Francia existe la Dune du Pilat, una formación de arena natural costera en muchas cosas similar a la nuestra, pero con mucha mejor suerte: la europea, a partir de la Segunda Guerra, en la que se edificaron bunkers en ella para fortalecer el denominado Muro del Atlántico, es hoy considerada un ecosistema de “valor excepcional”, protegido mediante varias formas de conservación, que incluso se extienden al bosque que la circunda. Acoge cerca de 1,5 millones de turistas anuales, que deben respetar un muy estricto protocolo: normas sobre el acceso, sobre el uso de drones (prohibidos), sobre las formas de estacionar (muy limitadas), sobre la utilización de tablas para deslizarse.
Cada una de las intervenciones que se prevén son objeto de un debate regional o nacional para determinar el riesgo que suponen para ese patrimonio. El Conservador del Litoral, institución encargada de su protección, decidió recientemente que, para cumplir esa misión, debía expropiar todo su perímetro, incluyendo a 170 propietarios en 400 hectáreas, lo que no ha estado exento de polémica. Con todo, durante el último año la duna ganó un metro de altura. Así es la protección de un patrimonio cuando se toma en serio.
Y, en cambio, ¿nosotros qué hicimos? En un desprecio olímpico por ese ecosistema frágil, y en una falta de cultura incomprensible en un país famoso por la delicadeza con que sus arquitectos intervienen paisajes extraordinarios, transformamos ese entorno en un “fotomontaje vulgar y brutal”, usando las certeras palabras de Federico Sánchez. Nunca entendimos de qué se trata cuidar un patrimonio. No entendimos que nos pertenece sólo por un tiempo, y que debemos entregarlo a las generaciones siguientes. Con todo lo dramático del socavón, que al menos sirva para que nunca más se repita esta barbarie.