La Tercera | ¿En verdad nos importa la educación parvularia?
El director ejecutivo del Instituto UNAB de Políticas Públicas, Raúl Figueroa, se refirió a la importancia de ampliar la cobertura y promover el acceso a una educación parvularia de calidad.
Por Raúl Figueroa
Un riesgo permanente de la política es la tentación de transformar en lugares comunes asuntos relevantes que se deben abordar de manera urgente y con medidas concretas.
Frases hechas que permiten a cualquiera salir del paso y dar la sensación de dominio de un tema que genera consenso, pero que en realidad no son más que un placebo que tranquiliza las conciencias tanto de quienes las pronuncian como de quienes las escuchan. Se trata de discursos vacíos, carentes de acción, que no movilizan ni generan ningún efecto concreto.
Es lamentable constatar cómo la educación parvularia se ha instalado en el triste sitial del “lugar común”. Cual mantra se repite que es el nivel educativo más importante, pero ese relato no tiene correlación alguna en el diseño de políticas educativas, quedando relegado a un tercer plano detrás de otros asuntos de menor impacto pero que sintonizan mejor con las presiones de grupos de interés.
La evidencia disponible es contundente sobre el mayor retorno social de la educación inicial, de lo difícil que es compensar en los niveles superiores lo que no se recibió antes y, por ende, de la conveniencia de centrar los esfuerzos en ese nivel. No obstante ello, los datos de la última encuesta Casen muestran cómo para un amplio porcentaje de chilenos la educación parvularia no es relevante.
En efecto, el 42,1 % de los niños entre 2 y 4 años no asiste a los niveles medios de educación parvularia (lo que todos conocemos como jardín infantil) y sus padres declaran en una amplia mayoría (79%) que no lo consideran necesario. Esto implica que no le asignan valor pedagógico a este nivel educativo y deja en evidencia la necesidad de generar una cultura de formación integral desde la más temprana edad. Al desglosar por nivel socioeconómico, se observa que el 61% de quienes no asisten provienen de los dos primeros quintiles de ingresos (los más pobres), mientras que solo el 18,7 % está en los dos quintiles más ricos. Las brechas que tanto nos esforzamos en cerrar se aprecian desde la primera infancia y a nadie parece importarle.
Frente a este escenario, lo esperable sería que los ministerios de Educación y de Hacienda se enfoquen en ampliar la cobertura y promover el acceso a una educación parvularia de calidad, pero lo que en realidad concentra sus esfuerzos es buscar fórmulas para cumplir las promesas de pagar la llamada deuda histórica y de condonar los créditos universitarios.
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