El trabajo de estudiantes y profesor de Arquitectura UNAB en exposición de Cecilia Avendaño
Los alumnos y alumnas del curso “Edificación y tecnología”, impartido por Iván Bravo, crearon un pabellón invernadero, parte del recorrido experiencial de la muestra “Enfermedades Preciosas” de la reconocida artista visual.
Entre octubre y noviembre pasado se presentó en la Sala de Arte CCU la exposición “Enfermedades Preciosas” de la reconocida artista visual Cecilia Avendaño, la cual reunió por primera vez la totalidad de su serie fotográfica homónima.
La muestra está inspirada en el retrato clásico y, a través de la postproducción digital, se tradujo en 19 imágenes que exploran la problemática contemporánea sobre la manipulación de la belleza y la identidad, además de la somatización del cuerpo femenino y sus relaciones complejas con la psiquis y la cultura.
Así, “Enfermedades Preciosas” contó con un recorrido experiencial donde se contempló la instalación de un pabellón invernadero realizado por el arquitecto y profesor de la Universidad Andrés Bello, Iván Bravo, junto a un grupo de estudiantes del ramo “Edificación y tecnología” del Campus Creativo.
Según palabras del docente UNAB, la propuesta fue una “mixtura entre, arquitectura y los objetos, siempre defino que estos objetos de exposición son una obra de arte donde el medio de expresión es la arquitectura”.
Vínculo entre espacio y obra
La artista Cecilia Avendaño quería contar con una instalación tridimensional en su exposición, específicamente un invernadero. Sin embargo, Iván Bravo asegura que para él era más “una conclusión a una serie de temáticas que giran en torno a una idea, como una licuadora, así que siempre lo entendí como un pabellón expositivo más que como un invernadero porque lo más importante era cómo vincular una pieza con la obra de Cecilia”.
Así, afirma, comenzó a pensar en algo que se inscribiera a la idea de sitio específico, es decir, que dialogara con el espacio – en este caso la Sala de Arte CCU – y con los elementos existentes. Luego, debía considerar también cómo interpretar la obra de la artista sin que fuera una traducción literal.
“Como son objetos que son materializaciones arquitectónicas, me parecía que lo que tenía que interpretar de la obra de Cecilia no era una lectura tan inmediata como, por ejemplo, la deformación de los rostros, sino más bien el rasgo constantemente femenino y delicado de la obra”, señala Iván Bravo.
Materialidad y montaje
De esta forma, determinó que el objeto, a pesar de que tenía que ser una escala predominante para articularse correctamente en el espacio, debía ser construido con elementos muy delgados. “Como un búmeran de palitos de helado o una torre de alta tensión”, ejemplifica.
La decisión fue entonces utilizar listón de 1×2 pulgas para construir una pieza de 9 metros de largo por 4 de alto y un poco más de 3 de ancho. De aquí destaca el cruce que se produjo entre tres áreas: “es un objeto arquitectónico y artístico pero que además tiene un componente ingenieril muy bueno por el desafío que supuso construirlo porque ese palo uno lo atornilla y se abre. Pero lo importante es que logramos un objeto desde una escala contundente, pero muy delicado”.
Otro aspecto relevante es que el proyecto aludía a la idea del invernadero del campo, por ello usaron madera – para remitir al granero – y también un techo a dos aguas con una pátina lechosa que permite entrever un poco las plantas que están dentro. “Una especie de papel de arroz de la arquitectura japonesa”, dice el académico del Campus Creativo.
También, otro desafío ingenieril, fue el tiempo de montaje, el cual tuvo que ser entre 2 y 3 días. “Hay un trabajo previo de oficina bastante arduo porque hay que prediseñar el objeto en partes como si fueran esqueletos, las que después se van uniendo unas con otras, y, en este caso, fueron cerca de 40 paneles prefabricados”, cuenta Iván Bravo.
Finalmente, el docente UNAB recalca que la idea es que el objeto fuera una especie de incubadora de los imaginarios de Cecilia Avendaño, así como los invernadores son incubadoras de plantas. Por esto, señala, debía tener otra sensación, que se entrara a un mundo que tuviera otra percepción.
Así, detalla esta dicotomía diciendo que “el invernadero es bastante pequeño, entras y recorres entremedio de plantas que están recién regadas, hay olor a tierra húmeda, entonces, después de estar en una galería de granito, que es sumamente prístina, entras a este espacio con tierra y madera”.
*Fotografías: Felipe Fontecilla @felipefontecillaphoto