THE | Para evitar una permacrisis, las universidades deben traducir su conocimiento
La revista de Times Higher Education recientemente publicó una columna de la vicerrectora de Investigación y Doctorado de la Universidad Andrés Bello, Dra. Carolina Torrealba. En el texto, la autoridad UNAB enfatiza que la ciencia es la mejor herramienta disponible para enfrentar las actuales crisis, pero que esta debe estar sujeta a los más altos estándares y objetivos para ser realmente efectiva.
El Diccionario Collins eligió “permacrisis” como la palabra del año 2022. Es fácil ver cómo una palabra cuyo significado es «un período prolongado de inestabilidad e inseguridad, especialmente aquel que resulta de una serie de eventos catastróficos», encajaría con el zeitgeist o espíritu de los tiempos, de un mundo sacudido durante tres años por la disrupción que significó la pandemia.
Sin embargo, para muchos de nosotros, esta sensación de crisis surge desde mucho más que el Covid-19. Las crisis globales de hoy se expresan de diversas formas, incluyendo el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación, la revolución tecnológica y la inteligencia artificial—y conllevan mucha incertidumbre asociada a cómo estas problemáticas le darán forma a la sociedad.
Ante estos cambios, quienes estamos en el mundo de la investigación debemos reflexionar, de manera autocrítica y urgente, sobre lo que estamos haciendo. Hoy más que nunca, el avance del conocimiento y sus aplicaciones son esenciales para el desarrollo socioeconómico. Pero lo que hemos estado haciendo hasta ahora desde el mundo académico no es suficiente: debemos examinar nuestros esfuerzos y encontrar nuevas formas de poner nuestro conocimiento al servicio del bien de la sociedad y de manera más inmediata.
Necesitamos perfeccionar aún más nuestro enfoque. En particular, debemos dejar de segmentar la investigación en áreas tan separadas y, en su lugar, fomentar una conversación entre las distintas disciplinas. Este es un desafío importante. Por ejemplo, necesitamos que las personas que se están formando en inteligencia artificial y ciencia de datos comprendan conceptos éticos generales y las implicaciones que su trabajo tiene sobre las interacciones sociales. Actualmente, los algoritmos están tomando decisiones por nosotros, mientras la tecnología busca mejorar nuestras vidas. Sabemos que esto conlleva potenciales riesgos, entonces, ¿cómo podemos, desde el mundo académico universitario, asegurarnos de que quienes construyen algoritmos sean capaces de ver más allá de los problemas técnicos inmediatos y entiendan que lo que están desarrollando tiene un profundo impacto social en la vida de las personas?
Queda mucho trabajo por hacer para traducir de manera efectiva el conocimiento que se desarrolla en las instituciones en beneficios para el mundo real. Esto requiere verificar constantemente que nuestro trabajo, que es financiado en gran parte por fondos públicos, se convierta en conocimiento que sirva a la sociedad, que arroje luz sobre las preguntas científicas fundamentales, que promueva soluciones o ilumine problemáticas, y que no solo sirva para avanzar carreras académicas.
¿Qué áreas podrían verse beneficiadas con este enfoque? Un ejemplo es la enfermedad de Alzheimer. Se estima que más de 40 millones de personas en todo el mundo padecen Alzheimer o alguna forma de demencia, y esta cifra va en aumento. Se han invertido miles de millones de dólares en investigación sobre el Alzheimer, y aún no hay una cura. Con preocupación observamos que una importante publicación en este campo, publicada en 2006, se vio envuelta en una serie de controversias que han puesto en duda todo el trabajo posterior, incluyendo los avances farmacéuticos. Pero el incidente tuvo un lado positivo: obligó al mundo científico a revisar cómo se están llevando a cabo los procesos de investigación.
Está claro que también debemos vincularnos con empresas de base científica-tecnológica, que son esenciales para transformar los avances científicos en progreso material. La pandemia nos mostró que la industria puede ser tremendamente ágil y eficiente para encontrar soluciones cuando más las necesitamos. Por supuesto, las empresas dependen del conocimiento producido por el mundo académico; el desafío es cómo generar mejores condiciones para que el mundo de la investigación universitaria pueda contribuir—de manera rápida y flexible—, a la creación y desarrollo de empresas de base científico- tecnológica.
La pandemia nos ha obligado a enfrentar que existe la necesidad de investigación académica de impacto. Nos ha impulsado a revisar de forma permanente nuestras prácticas científicas, fortaleciendo y mejorando nuestros estándares. La ciencia es una herramienta fundamental para alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y probablemente sea la mejor herramienta que hemos construido como humanidad para avanzar nuestras condiciones sociales, pero para que esta sea efectiva debemos saber cómo dirigirla, con los más altos estándares y objetivos.