Voz del experto| Sobrevivir al Coronavirus y el miedo al contagio, las consecuencias psicológicas de una pandemia globalizada
El tiempo indeterminado que podría durar esta pandemia genera angustia en las personas, que además están expuestas al desarrollo de las noticias y a la posible desinformación que alimenta la incertidumbre. Qué consecuencias tendrá este contexto en la salud mental de las personas que sufrieron de Covid-19 y sobrevivieron, y en las personas que han vivido con el temor al contagio, son los tema que profundizó la doctora en Psicología y académica UNAB Patricia Romero.
El Coronavirus es una pandemia mundial, ya no es una enfermedad o emergencia que aqueja a un país lejano, a un sector de la población o a un grupo definido. Esa transversalidad es nueva en todo sentido, tanto en las medidas que los Estados han tenido que tomar, como en la reacción de las personas que se encuentran entre la necesidad de continuar con sus rutinas laborales y adaptar sus vidas para no enfermar y cuidar a sus cercanos.
Para la psicóloga y secretaria académica carrera psicología UNAB Patricia Romero Zúñiga es posible revisar a lo largo de la historia de la humanidad la existencia y padecimiento de diversas pandemias. Señala que cada cierto tiempo surgen nuevas realidades sanitarias que ponen en primer lugar el problema de la sobrevivencia biológica, pero también de la sobrevivencia psíquica. “A mi parecer, lo que revela cualquier ‘nueva enfermedad’ de alto impacto biopsicosocial, es la dificultad que tiene el ser humano para lidiar con la incertidumbre, la angustia del desconocimiento y el temor al descontrol”, agrega.
¿Cuáles serían las consecuencias psicológicas asociadas al coronavirus?
Entre otras tiene relación con la dificultad de visualizar un porvenir en el caos que conlleva toda readaptación de las condiciones, y la tendencia a adoptar apresuradamente una compresión del fenómeno a través del estigma o cualquier pseudo-saber que brinde una comprensión total y rápida de lo incierto. Vivimos, en general, olvidando la vulnerabilidad de nuestra existencia y una pandemia como ésta inevitablemente nos expone al dilema de la muerte propia y ajena, a la finitud de la vida básicamente. Evidentemente, eso se acrecienta cuando las condiciones sociales, económicas, contextuales e históricas realmente nos ubican como sujetos en un espacio de mayor vulnerabilidad.
¿A qué tipo de catástrofe se parece el daño psicológico que aquejará la salud mental?
El daño de esta pandemia en términos psíquicos puede ir por varios carriles. El primero, y el más vigente en las condiciones actuales, donde aún está la sensación de un relativo “control”, es el riesgo de intentar mantener a toda costa las “condiciones de normalidad”, negando que el confinamiento voluntario implica un estresor de gran tensión. Las dificultades para flexibilizar las exigencias impuestas por terceros, pero también las autoimpuestas, conllevan un desgaste constante, cotidiano, y frente a eso hay que ceder. Lo que implica asumirnos imperfectos, cansados, aburridos. Pero atrevernos a la vez a reorganizarnos, aprender a disfrutar de otra manera y postergar o posponer lo que sea posible de tranzar.
El segundo punto, a mi parecer, tiene que ver con el dolor de vivir la muerte de un ser querido en condiciones indeseadas, o vivir la angustia de la propia finitud en soledad, no pudiendo realizar el rito de despedida que nos permite tramitar el dolor y la muerte. Frente a eso, hay que buscar alternativas para acompañarnos, pese a la distancia. Tomarse el tiempo necesario para tramitar el dolor e intentar, en las condiciones actuales, estar de la mano de otro, estar para el otro, aunque sea virtualmente.
Las personas se verán afectadas por la tensión ante la emergencia sanitaria y las dificultades económicas que surgirán como consecuencia. ¿Cómo será ese impacto psicológico y cómo palearlo?
El plano económico también pone su cuota de tensión. Evidentemente la pérdida de la fuente laboral, recortes en el campo de los sueldos, y otros son un estresor real de alta magnitud en la vida de muchas personas. Me parece importante entender esto, la falta de dinero se traduce en un apremio real, no hay posibilidad de aislamiento si no puedo solventar mi vida hoy.
Por esto, considero que esta pandemia es una condición que interroga al Estado en su función protectora de todos sus ciudadanos, que pone en cuestión la manera en que se distribuyen los bienes socialmente y que reubica en un lugar de alta dignidad a personas que realizan quehaceres escasamente valorados. Hoy vemos con claridad la función de las personas que hacen aseo en un centro de salud, vemos su importancia, su necesidad, y nos preguntamos entonces por el desdén con que son tratadas funciones de tanta nobleza. De la misma manera, cuando el dilema es cómo mantener la vida, queda en evidencia la futilidad de otros quehaceres generalmente idealizados y muy bien remunerados. Espero que esta situación sanitaria sea una oportunidad para la sociedad en su conjunto, de repensar nuestro lugar y nuestra función en torno al rol social que cada uno de nosotros como trabajadores y como sujeto, cumple. Se trata de una enfermedad que revela cómo cada uno de nosotros necesita de otro, inevitablemente, y entonces convoca a una respuesta del sujeto en comunidad.
¿Cómo enfrentar este contexto?
Podemos negar maniacamente nuestro riesgo de contagio. Salir y contactarnos con todos, haciendo caso omiso de las indicaciones de precaución de contagio e insistir en vivir de manera individualista. O, en cambio, podemos escuchar lo que resuena detrás de esta nueva realidad. Concebirnos como seres comunitarios, como seres sociales, que necesitamos unos de otros. Entonces compartir, igualar condiciones, acoger, acompañar, ser paciente con el otro, cuidarme por los otros, no suenan ideas descabelladas.
¿Qué estrategia deberían plantear las autoridades para superar los problemas se salud mental que se surgirán por esta emergencia sanitaria?
Bueno, los problemas de salud mental incrementarán, evidentemente. Ya vemos los aumentos en tasas de violencia intrafamiliar y de consumo de alcohol. En muchos casos el encierro se acompaña de hacinamiento y eso evidentemente complejiza todo. Volvemos a la necesidad de resolver una condición de base, en primer lugar, para poder pensar recién en la posibilidad efectiva de tener salud mental.
Me parece que una buena estrategia puede ser la promoción y prevención en el campo de la salud mental. Partir por reconocer que no estamos viviendo una condición normal y entonces, tener un poco de tolerancia y paciencia hacia nosotros mismos. Es bueno también poder identificar qué signos pueden ser consecuencias esperables de nuestros cambios recientes, y qué signos o síntomas no son esperables y que requieren atención. Reconocer la ayuda psicológica como una oportunidad, y no sólo como una necesidad en casos extremos, me parece relevante porque actuamos a veces sin atender a nuestra condición afectiva, emocional.
¿Y en cuanto al rol del Estado?
Las medidas de salud mental, a mi parecer, si no están insertas en políticas que reconozcan la excepcionalidad de las condiciones actuales y que no flexibilicen por ello las demandas de la vida habitual, nos ubican en una paradoja porque nos ubican en una realidad que no está siendo, por ende, niega el padecer asociado. Igualmente, vivimos en una sociedad donde no todos tenemos las mismas condiciones económicas ni sociales, es de suma importancia atender a esa diferencia y hacerse cargo de ella.
¿Quienes sufrieron Covid-19 y sanaron presentarán alguna consecuencia psicológica? ¿Por qué fases podrían pasar y cómo deben ser tratadas?
Pienso que lo más complejo de esta enfermedad es que es desconocida para todos. Las personas asintomáticas probablemente tendrán una vivencia bastante menos significativa del cuadro que quienes la han padecido gravemente y eso, como todo evento vital, puede marcar un antes y un después. Pienso que para que ese tránsito sea fructífero, recibir apoyo psicológico puede ser de gran ayuda.
Suponemos una restitución ad integrum de las funciones en los pacientes que han vivido covid-19, pero puede que no todos los casos sean así. El camino para reincorporarse a lo cotidiano tras cualquier enfermedad toma tiempo, requiere ciertos acomodos psíquicos reconocerse en un cuerpo que ha sufrido, en una vida que se ha puesto en pausa momentáneamente, y requiere más apoyo en particular cuando ese tránsito transforma o implica modificaciones significativas. En ese camino el apoyo psicológico es fundamental. El miedo a volver a enfermar, a morir, a presentar síntomas, la culpa por contagiar o haber contagiado a seres queridos, la frustración por no encontrar salidas rápidas y porque la vida nos obliga a detenernos, son emociones que deben ser atendidas para que el sujeto pueda reencontrarse después de la enfermedad en su devenir biográfico e histórico, pudiendo darle al dolor un sentido.