05 Agosto 2021

VOZ DEL EXPERTO| Pueblos Indígenas: Si no es ahora; ¿cuándo?

Jaime Crisosto, Doctor en Lingüística y docente de la Facultad de Fonoaudiología de la Universidad Andrés Bello plantea los desafíos a futuro para los pueblos indígenas y la preservación y promoción de sus lenguas. 

Todos los 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, conmemoración proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1994. En Chile, según los datos del Censo 2017, un 12.8% de la población de nuestro país pertenece a algún pueblo indígena u originario. En Chile la diversidad étnica está dada por la pertenencia al pueblo mapuche, aymara, rapa nui, likanantai, quechua, chango, colla, diaguita, kawésqar o yámana. Esta pluralidad ha tenido una gran visibilización ciudadana en el último tiempo gracias a la gestión política que permitió contar con escaños reservados para representantes de estas comunidades en la Convención Constitucional, a partir de lo cual la opinión pública ha adquirido una mayor conciencia de su existencia, sus demandas y sus necesidades como colectivo.

En este escenario, los procesos de revitalización de las lenguas indígenas cobran sentido. Esta empresa no debe comprenderse como un objetivo exclusivamente academicista, sino que, tal como hemos podido apreciar, tiene que ver con la posibilidad de entendernos y comunicarnos en contextos cotidianos gracias a un lenguaje que posibilita y vehicula nuestras ideas y sensaciones.

La idea antropológica clásica de un pueblo alejado, con costumbres extrañas y lenguas ajenas poco tienen que ver con la comprensión que los mismos pueblos tienen respecto de su propia cultura en la actualidad. Esto no quiere decir que no existan personas que vivan en comunidades y que preserven estilos de vida distintos a los de la cultura occidental, sino que las personas de los pueblos originarios presentan plena conciencia de la relación simbiótica (aunque desigual) entre sí mismas y la cultura predominante. Así, la situación actual también nos obliga a reparar respecto del individuo indígena urbano que está inserto en la dinámica occidental habitual que acostumbramos, pero que se ve enfrentado a ella desde una cosmovisión, lengua y cultura distinta.

Ya en la década de 1940, los lingüistas estadounidenses Edward Sapir y Benjamin Whorf proponían la noción de relativismo lingüístico para explicar que nuestra comprensión del mundo y la forma en que percibimos la realidad varía según el idioma que hablemos. A partir de esta teoría, resulta clásica en la actualidad la idea de que los habitantes del Ártico presentan incontables palabras para describir la noción de ‘blanco’, debido a su paisaje circundante, mientras que los occidentales sólo tienen la palabra ‘blanco’ y recurren a algunos adjetivos para poder especificar diferentes ‘tipos de blanco’, pero siempre limitados por su contexto. Esta idea se ha mantenido durante mucho tiempo, incluso hasta nuestros días, aunque matizada por discusiones filosóficas y el obvio avance que la ciencia ha logrado en el último siglo.

Con estas ideas en mente, podemos apreciar que la diferencia de las lenguas no solo implica la existencia de ‘palabras distintas’, sino que representa un acervo cultural de conocimiento particular que permite no solo comprendernos mejor a nosotros mismos, sino que posibilita proyectar dinámicas identitarias en la comunicación cotidiana, a la vez que además favorece la riqueza de significados, ideas y símbolos. Precisamente por ello es que la promoción del uso activo de las lenguas indígenas representa una oportunidad de hallar mecanismos de respeto y conciencia en nuestro país. Si no es ahora; ¿cuándo?