La Tercera| Restos arqueológicos en una iglesia permitirán saber qué comían habitantes de Chile colonial
El estudio liderado por Pedro Andrade de la Universidad de Concepción, en colaboración con la Universidad Andrés Bello, busca identificar especies y diferencias en la alimentación a partir de un hallazgo en la iglesia San Francisco de la comuna de Penco.
Como en un gran rompecabezas, más de mil piezas óseas de animales provenientes de excavaciones arqueológicas lideradas por el investigador de la Universidad de Concepción, Pedro Andrade entre 2018 y 2021, están siendo analizadas en los laboratorios de Medicina Veterinaria de la Universidad Andrés Bello, en Talcahuano, en un trabajo conjunto que permitirá arrojar importantes luces respecto de los hábitos de alimentación de los habitantes del Penco Colonial.
Se trata de huesos encontrados en torno a la iglesia San Francisco, presente durante los siglos XVI a XIX en la tercera ciudad más antigua de Chile, en el sector de la edificación donde, se estableció, eran faenados para la cocina. “La meta de este análisis es tener una idea de cuáles son los animales que se encuentran presentes en el contexto a nivel de especies, como también cantidad (si hay más vacas o más caballos, por ejemplo) y su distribución a partir de las profundidades en las que se encontraron, ya que lo que está más profundo debería ser más antiguo que aquello está más arriba”, explica Andrade.
Sobre la relevancia de este estudio, agrega que, “sabemos que hubo una ocupación del siglo XIX en adelante, por lo que es importante conocer si existieron diferencias entre el momento en que el espacio fue utilizado como iglesia y convento y los momentos posteriores. Tampoco podemos dejar de lado el objetivo académico, ya que se considera la participación de estudiantes, por lo que esperamos poder ayudar en su formación de pregrado”.
Otro punto no menos relevante es reconocer si se trata únicamente de fauna introducida o si hay fauna nativa en este hallazgo.
Entre los objetivos de este trabajo es conocer hábitos en la alimentación que hoy ya no están presentes en el país. En teoría, agrega el arqueólogo, “deberíamos encontrar muchos animales domésticos introducidos por los españoles, que formaban parte de la dieta de los sacerdotes franciscanos que vivían en el convento”.
De hecho, una de las observaciones interesantes hasta el momento, es que la tibia de un perro seguramente doméstico, “está seccionada con una sierra o algún elemento cortante relativamente moderno, de mediados del siglo 19, es decir, 1850″, adelanta Luis Riquelme, académico de Medicina Veterinaria de la Universidad Andrés Bello.
Sobre el trabajo al interior de los laboratorios, Riquelme detalla que, el primer paso es una evaluación macroscópica de los fragmentos y piezas óseas, “observando estructuras que puedan informarnos qué hueso es, a qué porción del cuerpo corresponde, de qué lado son y a la especie o grupo animal al que pertenecen. Para ello se mide el tamaño, el grosor, la existencia o no de cavidades, entre otros elementos”.
“Las piezas -agrega el médico veterinario especialista en morfología- se van comparando con las muestras de huesos que mantenemos en nuestros laboratorios, de animales mayores o de producción y de carnívoros domésticos, para estar seguros a qué especie o grupo animal pertenecen. Es así como hemos encontrado preliminarmente rumiantes como bovinos, ovinos o caprinos, caninos domésticos y posiblemente alguno silvestre, peces, aves de corral y aparentemente también silvestres que seguramente eran cazadas por lugareños, práctica muy normal en esas épocas”.
Sobre estos hallazgos que forman parte de un trabajo mucho más amplio que reportó objetos arquitectónicos, cerámicas, lozas y vidrios, entre otros, Andrade cuenta que el proceso se realizó a través de excavaciones manuales debidamente autorizadas por el Consejo de Monumentos Nacionales. En ellas cada 10 cms de tierra excavada es tamizado para separar el polvo de los objetos de posible interés para su posterior categorización.
Estas osamentas son parte actualmente de la colección del Museo de Historia de Penco, quien facilitó su traslado a las instalaciones Unab por un plazo cercano a los ocho meses.
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