Carla Fardella: Hacia un modelo de ciencia abierto y colaborativo
La investigadora de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales ha enfocado sus últimos años de carrera en entender cómo la ciencia ha adoptado un modelo de gestión que ha transformado la generación de nuevo conocimiento. Destaca también la necesidad de hacer ciencia diversa y democrática, incorporando otros puntos de vista de cómo se hace conocimiento.
Escrito por: Eliette Angel V.
“Encuentro que es impresionante cómo te puede determinar tanto la vida una actividad, el trabajo, ante todas las otras de la vida. En un sistema capitalista como el que estamos, el trabajo es una actividad social que ordena todas las otras dimensiones de la vida: horarios, el lugar en que vives, estatus socioeconómico, amigos, en general muchas cosas dependen de tu trabajo y cuánto ganes”, comenta Carla Fardella, docente e investigadora de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello.
Esta observación determinaría toda la carrera de esta psicóloga, dedicándose a investigar la transformación del trabajo y la subjetividad de trabajadores y trabajadoras. Y de toda la enormidad de trabajos que existen en el mundo, eligió los vinculados con las comunidades educativas. Comenzó con la identidad docente de los profesores de la educación pública. “Después empecé a ver cómo los modelos neoliberales van transformando la universidad y cómo esto afecta la subjetividad académica. Así es como llegó a trabajar con quienes trabajan en ciencia”, recuerda esta doctora en psicología social.
Entonces la doctora Fardella detalla que la sociología -su disciplina por adopción- parte de la base de que somos el resultado de una “interacción muy particular de contextos históricos y de vidas privadas con un trasfondo biológico. Pero, por sobre todo, somos una historia”, recalca. Por eso se dedicó a trabajar en historias de los científicos, o subjetividad científica, haciendo un análisis de las políticas públicas y cómo están determinando las vidas académicas.
En el mundo actual, una parte importante de los trabajadores están sometidos a una presión inédita, a un sistema de “ultra rendimiento y excelencia”: “Las tecnologías habían prometido que íbamos a tener una vida más liviana y más tiempo de ocio, que las máquinas iban a reemplazar al hombre. Pero pasó algo súper curioso porque finalmente todos terminamos trabajando más horas. Esto de alguna manera influenció en la organización del trabajo”, comenta la psicóloga.
Así surge como modelo de organización del trabajo el sistema de nueva gestión pública (o new public management). La premisa acelerada es que el modo en que se gestionan las empresas privadas, también debería funcionar en otras áreas, como la educación o la ciencia. Por cierto, la llamada managerialización requiere de diversas herramientas de gestión, como la estandarización de los procesos mediante una serie de indicadores. El objetivo es “poder monitorearlos, seguirlos, compararlos, y así asegurar la competencia, porque se asume que ésta genera calidad”, detalla la también la miembro del Núcleo de Investigación en Educación de la UNAB.
Buscando la identidad de los científicos
En el caso de la ciencia, esta medición continua de la productividad tiene que ver con la exigencia de generar constantemente publicaciones científicas o papers de alto impacto, con la posibilidad de recibir fondos de investigación mayoritariamente en función de su productividad (medida principalmente por cantidad de papers y patentes). Por consecuencia las tareas académicas se jerarquizan innecesariamente: como debe publicar para ganar fondos, es más importante investigar que hacer docencia o divulgar su trabajo a la sociedad. “Se trata de una tendencia mundial, pero exacerbada en Chile como todos los, entre comillas, mecanismos neoliberales de gestión del trabajo”, detalla esta madre de dos pequeños hijos.
Entonces la pregunta que ha movido a esta investigadora en los últimos seis años es: “¿Cómo es posible que las cabezas más críticas del mundo adhieran tan fácil y de manera tan dócil a un sistema de gestión que usa el mismo sistema para hacer zapatillas de marca?”.
A la doctora Fardella no le quedó más remedio que estudiar estos mecanismos de organización de la ciencia (publicaciones, fondos concursables y jerarquización) y cómo estos redefinen la identidad de los científicos. Para eso, ha realizado múltiples entrevistas a académicos y ha analizado el discurso de cientos de documentos públicos, como las bases de los concursos para ganar fondos.
“Mi investigación parte diciendo: ‘¿Qué le pasó a este grupo humano?’ Porque en los profesores de escuelas he encontrado mucha más resistencia a estos sistemas de gestión de lo que estaba viendo en los investigadores”. Entonces añade: “Es un caso súper interesante porque se cruza con una historia identitaria. Los académicos siempre han sido competitivos y meritocráticos. Por eso si bien tiene sus detractores, este sistema de trabajo les cae como anillo al dedo, exalta rasgos históricos de la academia”.
El valor de la ciencia
En su paper favorito de su saga de trabajo científico, “Abriendo la jaula de oro: La universidad managerial y sus sujetos”, Fardella logra responder esta pregunta tras varios años de trabajo: el prestigio es el anzuelo para los investigadores. Por eso el lujoso y brillante oro de la jaula: “Estas formas de gestión no te ofrecen ni mucha más plata ni una mejor vida, te ofrecen ego, te ofrecen estrellitas. Los investigadores creemos tener libertad y flexibilidad de tiempo, pero si nos miras de cerca te das cuenta de que sus jornadas son extensas y en muchos casos, detrás del éxito hay mucho sufrimiento en la academia, por eso jaula”, detalla la también investigadora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder.
Recuerda una de sus entrevistas: “Un doctor en economía que se había separado y que dormía tres horas diarias por el trabajo, me dijo: ‘Cuando estoy triste, veo mi currículum’. Y no es un caso extremo porque generalmente la excelencia tiene un costo, a veces el sufrimiento, a veces la soledad”.
En realidad, no sería el único costo. Al medir la productividad científica en términos de número de publicaciones y patentes, se estarían utilizando “indicadores poco sensibles”, que jerarquizan las actividades. “El investigador va a ir a donde le están poniendo la zanahoria para buscar el éxito. Eso es súper interesante porque en una sociedad democrática, ¿dónde tiene más valor la ciencia?: ¿en una revista que hay que pagar y que van a leer diez personas o en un aula con 40 niños donde a lo mejor a uno o dos les vas a poder transmitir una trayectoria científica? Ese valor no es recogido por las políticas públicas”, profundiza.
Por eso la psicóloga concluye que el modelo actual de la ciencia “tiene la zanahoria mal puesta”. Entonces sueña con un modelo de ciencia abierto y colaborativo.
“El conocimiento debiese ser abierto, tanto en el acceso como con el lenguaje. Si los investigadores no son capaces de traducir el conocimiento a la sociedad, entones debiesen tener un aliado, como un divulgador científico. Así la ciencia no sería elitista”, comienza.
Y continúa: “La ciencia además tiene que ser colaborativa porque el pensamiento divergente es lo que permite la creatividad. No debe ser competitiva”. Recalca que no debe tratarse de una “colaboración vacía, que por fuera parece colaboración, pero es más bien instrumental: ‘Yo te inscribo a ti y tú me incluyes a mí’. Aunque obviamente no todo es así, también he visto vínculos entre colegas que son súper creativos y productivos”, reflexiona desde la poblada biblioteca de su casa.
Mujeres en ciencia
La psicóloga insiste con la necesidad de hacer la ciencia más diversa y democrática incorporando otras perspectivas de cómo se hace conocimiento. Piensa que tras 300 años de historia, la ciencia moderna sigue siendo desarrollada principalmente por hombres (androcéntrica) blancos y occidentales.
“Por ejemplo, hasta los años ‘50s la mayoría delos análisis sociales que hacían las mujeres eran entendidos como literatura, mientras el análisis social que hacían los hombres era sociológico. O sea, unas cuentan cuentos y los otros hacen ciencia. Esa era la posición que se le daba al conocimiento femenino”, cuenta.
Por eso Fardella destaca el aporte de las mujeres generando e impartiendo conocimiento. “Tenemos capacidades para leer y comprender el mundo de otra manera. Por ende, podemos hacer conocimiento de otro modo y eso amplía la diversidad. Cuando esa lectura la ponemos en valor y se le da un estatus científico, estamos dando al mundo la mitad que no había sido leída”, comenta esta amante del tejido y de la jardinería.
La doctora va más allá con el concepto de diversidad: “La ciencia no es mejor ni la única manera de hacer conocimiento. Tenemos gente de muchas partes del mundo y culturas que no son investigadores y que producen conocimiento igual de valioso. Creo que la ciencia de alguna manera tiene que rescatar estas otras formas de hacer conocimiento”.
Entonces entrega el ejemplo de las feministas y su idea del conocimiento situado, que tiene valor en su sitio de creación (desarrollado por Donna Haraway). O la idea de incorporar el cuerpo -y no sólo la cabeza- en la producción de conocimiento. “Pensar que uno se emociona con las teorías, que uno escribe con el cuerpo, es una perspectiva que obviamente le da valor a la ciencia”, explica sobre la teoría que la misma Fardella ha abordado en publicaciones como “Escribir papers bajo el régimen del management académico: cuerpo, afectos y estrategias”.
Y claro, ahora es evidente, Fardella hace carne ese título. Sabe cuáles son las reglas del trabajo científico actual y aprendió a moverse de manera crítica, pero con estrategia. “He tratado de gozar escribir papers más que padecerlos”, diría. Comparte su conocimiento con todo su cuerpo: se acomoda en la silla, abre los ojos, se enfunda y desenfunda en su chaleco blanco, mueve las manos mostrando sus rojas uñas. Y, por, sobre todo, nada en ella es sólo teoría, los afectos son esenciales en su trabajo de investigación: “Si hay algo que ha inspirado siempre mi carrera científica ha sido comprender el nivel micro-social de la vida. A mí me conmueve la vida humana detrás del pensamiento científico”, finaliza.