Educación para todos: Estudiante UNAB ayuda a privados de libertad a regularizar sus estudios
Rosita Rodríguez, estudiante del Doctorado en Educación y Sociedad, ha dedicado los últimos nueve años de su vida al desarrollo de mejoras educativas para personas privadas de libertad. Como parte de su formación, dentro de la Universidad Andrés Bello, viajó a Argentina para conocer más de los programas de formación en Educación Superior para privados de libertad en el país vecino.
Según un informe elaborado en 2018 por la Fundación Paz Ciudadana y el Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana (CESC) el 86% de las personas que están privadas de libertad no contaban con educación completa antes de estar encarceladas. Más aún, el 7,3% sería analfabeto.
Un dato preocupante a la hora de proyectar la posible reinserción de quienes han cometido delitos, puesto que sin una educación formal la búsqueda de un empleo se vuelve casi imposible.
Esta dura realidad es la que investiga Rosita Rodríguez, directora del Liceo técnico profesional de Adultos de Antofagasta y estudiante del Doctorado en Educación y Sociedad de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello.
Su profesor, René Valdés, la describe como una “profesional excelente, ya que actualmente lidera un liceo en un centro penitenciario, como estudiante es disciplinada y autodidacta, ya que ha logrado sistematizar una tesis doctoral en una temática poco explorada en Chile”.
Es esta excelencia profesional que viene desplegando desde 2015, la que la ha llevado a desarrollarse en instancias como su última pasantía en la Universidad de San Martín (Argentina), desde donde compartió su testimonio.
-¿Qué te llevó a enfocar tu quehacer profesional en las personas en situación de encierro?
El contexto me encontró a mí. No sabía que existía la modalidad de estudios para personas adultas (de manera formal, con planes y programas específicos), y mucho menos, que las personas privadas de libertad, tenían acceso a la regularización de estudios. Si bien al principio tenía dudas respecto al trabajo, fue la motivación de mis padres -ambos profesores- los que me instaron aceptar el desafío.
Aquello ocurrió el 2015. Nueve años han transcurrido de aquella decisión, de la cual no me arrepiento en lo absoluto, surgiendo en mí, un deseo de mejorar las condiciones educativas de las personas privadas de libertad que desean regularizar sus estudios.
– ¿Qué es lo que más rescatas de tu paso por la Universidad Nacional de San Martín?
La calidez humana que tiene la UNSAM. Cada profesional que trabaja en la universidad tiene una vocación de servicio que cuesta observar en espacios donde reina la competitividad. El trato y el compromiso que tienen por el otro, el actuar cohesionado frente a situaciones complejas… Mi pasantía se realizó en un contexto social complejo, donde se están reduciendo los fondos económicos a las casas de estudio, por lo que pude apreciar no solo a la universidad y al espacio como un centro de formación profesional, sino de formación para la lucha y la conservación de los derechos de acceso a la educación gratuita.
-¿Qué cosas del modelo argentino crees que se puedan integrar al chileno?
En la unidad penal N°48 de Buenos Aires, Argentina, se encuentra el CUSAM; el Centro Universitario de la Universidad Nacional de San Martín. Un espacio que sí, está enmarcado por los muros y las protecciones, pero que, al cruzarlos, te olvidas de que estás en un recinto penitenciario. Es un lugar que te recibe con las manos abiertas, donde los privados de libertad caminan libres, entre los cuadernos y los libros. Tienen espacios para conversar entre ellos, sus salas de clases con próceres de la lucha y la educación, una biblioteca y sala de computación. Son estudiantes, talleristas y profesores. No hay grilletes. Solo traspaso de conocimiento.
El nivel de concientización que hay para que existan estos lugares y puedan mantenerse en el tiempo, es lo que se podría implementar a futuro. En Chile son muy pocas las unidades penales que permiten a personas privadas de libertad el continuar sus estudios universitarios mientras cumplen condena. Son pocos los que pueden salir del encierro e ir a un CFT o la universidad, centrándose principalmente algunas experiencias en la región de Valparaíso o la Metropolitana, por lo que pensar en que una universidad tenga un espacio dentro de estos contextos, es bastante utópico, por el momento.
El camino que queda es instar a las casas de estudios y centros de formación técnica a que consideren estos espacios también para la formación de técnicos y profesionales.
– ¿Cómo crees que la educación cambia el futuro de los privados de libertad?
Hay algo que siempre comparto en cada visita, en cada charla o exposición que dicto: la educación no te libera de la prisión. El tener estudios secundarios, un título profesional o estudios de posgrado, no significará que quedemos fuera de un proceso legal.
La tentación, la impulsividad, nos pueden jugar en contra, cegando nuestros valores.
No obstante, la educación tiene un rol transformador, nos entregará las herramientas para que sepamos cómo actuar frente a distintas situaciones, convicción, nos convertirá en seres más conscientes. Por eso la educación que se entregue en todos los espacios, en situaciones de vulnerabilidad, en aulas hospitalarias, en regimientos militares, en escuelas y contextos de encierro propiamente tal, debe ser de calidad, con altura de miras, con el compromiso de generar ese impacto y resignificancia para la vida.