47% de las personas siente que su salud mental está peor que el año pasado
Según una encuesta realizada por el Centro de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello, más de la mitad de los consultados consideró que su salud mental está peor o igual que en 2020, siendo las afecciones más padecidas la ansiedad o angustia, los problemas para conciliar el sueño e insomnio, además del cansancio y fatiga.
El Centro de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello (UNAB) realizó por segundo año una encuesta de salud mental, la que fue contestada por 2.094 hombres y mujeres mayores de 18 años provenientes de las 16 regiones del país.
El sondeo consultó si las personas consideraban que su salud mental se había visto afectada por la crisis sanitaria provocada por el Covid-19, a lo que un 72% respondió que sí, un 19% dijo que no y un 9% aseguró no saber. Lo relevante es que, del grupo de respuestas afirmativas, la mayoría son hombres entre 18 y 29 años.
Además, se preguntó cómo creían que se encontraba su salud mental en comparación al año 2020. A esto, un 47% respondió que “peor”, un 30% que “igual”, un 12% que “mejor” y un 11% dijo no saber.
De esta forma, las afecciones o dolencias que fueron mayormente señaladas por los encuestados y las encuestadas están: ansiedad o angustia (55%), problemas para conciliar el sueño e insomnio (49%), cansancio y fatiga (28%), tristeza o llanto fácil (27%), además de síntomas físicos como dolor de cabeza o molestias digestivas (24%).
Adaptación al nuevo contexto
Como dato interesante – tomando en cuenta los resultados de la encuesta de salud mental 2020 del Centro de Políticas Públicas UNAB – las personas aseguran estar sintiendo menos agotamiento y cansancio respecto al año pasado, pero, al mismo tiempo, creen que su salud mental está más deteriorada.
La profesora de la carrera de Psicología de la UNAB, Patricia Romero, quien además es Doctora en Psicología, asegura que estos resultados tienen sentido en la medida que entramos en un estado de funcionamiento diferente del año anterior.
“Ya no estamos actuando frente a un estresor único que cesa en algún momento determinado, tampoco frente a un evento traumático particular que acontece una única vez. Estamos frente a un conjunto de condicionantes, a un nuevo contexto, que obliga a una reacomodación total en cada uno de nosotros, en nuestras rutinas, relaciones y quehaceres”, dice la experta.
Romero añade que hay que considerar el ajuste a este nuevo contexto donde “las personas hemos tenido que adaptarnos a cumplir múltiples roles de manera simultánea, en muchos casos sin pausas, descanso ni distractores. Estamos en un nivel de sobreexigencia mayor y cualitativamente distinto”.
De esta forma, la académica UNAB expresa que, al estar funcionando de manera activa y simultánea en distintos roles (como padres, parejas, trabajadores, etc.), se genera una sensación de sentirse activo y productivo.
“Sin embargo, esto acarrea, a la vez, un costo importante en términos de salud mental: mayor irritabilidad, fatiga, sensación de presión, estrés. Producimos bajo el yugo de una presión mayor y nos acostumbramos a esto, pero eso no significa que no nos cansamos”, afirma Romero.
Incertidumbre y efectos a largo plazo
Otro factor importante que develó la encuesta tiene que ver con la incertidumbre respecto a un posible contagio grave (65%) o por no saber cuánto durará esta situación (59%), sobre esto, la psicóloga asegura que “funcionar bajo un estado de alerta permanente implica un costo importante en la salud mental”.
Y es aquí cuando pueden aparecer ideas de carácter obsesivo que toman relevancia en la medida que nos dan la ilusión de lograr cierto control. “Por ejemplo, revisar una y otra vez nuestras finanzas, asegurarse de estar cumpliendo condiciones de higiene para protegernos del Covid-19, higienizar en exceso en virtud de no contagiarnos, etcétera”, agrega.
Finalmente, sobre los efectos futuros que todo este estrés puede tener en nuestra salud mental, Romero indica que el mayor desgaste puede venir cuando debamos desenvolvernos con la libertad de antes y comenzar así un proceso de readaptación.
“Enfrentar nuevamente la cotidianidad de las salidas, el contacto con otros, la rutina dejada atrás, los trayectos con tráfico interminable, el distanciamiento con nuestros hijos, etcétera, nos traerá costos inevitablemente, pues nos adaptamos a funcionar de otra manera. Por ello, la reacomodación a la rutina anterior implicará una demanda psíquica y afectiva, y sería deseable no enfrentarlo nuevamente desde la autoexigencia”, concluye la psicóloga.
Revisa los resultados completos de la encuesta de salud mental AQUÍ.